La realidad fuera de la conversación y sus consecuencias.
Francisco García Pimentel para Newsweek
24 de junio 2022
@franciscogpr
Post-truth (posverdad): Relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales.
-Oxford English Dictionary
La palabra “posverdad” fue usada por primera vez por Steve Tesich en un artículo de la revista The Nation en 1992, que analizaba el manejo de la información durante la guerra del golfo pérsico: “Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en un mundo de posverdad” es decir, preferimos ignorar los hechos que nos hacen sentir mal. Años después, en 2016, fue nombrada “palabra del año” por el diccionario Oxford, debido a la explosión de su uso y búsqueda durante la campaña de Donald Trump.
Lee McIntyre, en su libro “Post-Truth” (2018) toma como botón de muestra una interacción entre el político estadounidense Newt Gingrich, del equipo de campaña de Donald Trump, y la corresponsal de la CNN, Alisin Camerota, que tuvo lugar durante el proceso electoral en 2016.
Camerota: Pero los delitos violentos en todo el país han disminuido.
Gingrich: El estadounidense promedio, les apuesto, esta mañana no cree que el crimen haya disminuido, no cree que estemos más seguros.
Camerota: Pero lo es. Estamos más seguros y ha disminuido.
Gingrich: No, esa es sólo tu opinión.
Camerota: No es mi opinión. Es un hecho (…). Estas son las estadísticas del FBI. No son una organización liberal; son una organización de lucha contra el crimen.
Gingrich: No, pero lo que dije es igualmente cierto. La gente se siente más amenazada.
Camerota: Se sienten, sí. Lo sienten, pero los hechos no lo respaldan.
Gingrich: Como candidato político, me detendré en cómo se siente la gente y te dejaré ir con los teóricos.
En su obra cumbre, 1984, George Orwell anunciaba que, para la victoria definitiva de un gobierno totalitario era “indispensable y necesario negar la existencia de la realidad objetiva”. A ser francos, ninguna de las facciones políticas o culturales de izquierda y o derecha pueden clamar inocencia en el uso y abuso de la posverdad. Mientras que algunos acusan a Trump y sus seguidores de un descarado uso de falsa información y atizamiento emocional, e identifican al posverdad como un arma ilegítima de la derecha, otros afirman que es en los movimientos de izquierda liberal, como el socialismo o la ideología de género, en donde la posverdad se gestó y ha tomado guarida. Los discursos políticos modernos (México no es la excepción) viajan raudos en un vehículo cuyo motor es el libre uso de datos alternativos y fake-news, y su gasolina la inflamación de sentimientos polarizados: amor y odio, indiferencia e indignación, esperanza y miedo, nosotros vs ellos.
Siempre han existido políticos que mienten y manipulan; no hay novedad en ello. La novedad consiste en lo que muchos han llamado “la cultura de la posverdad” o la “era de la posverdad”, en donde los hechos son irrelevantes y, por tanto, es admitido como un axioma argumentativo que las opiniones o emociones son iguales, o incluso más importantes, que los hechos mismos. El diálogo democrático se convierte rápidamente en una discusión de sordos, donde cada quien tiene su opinión, se admite la multiplicidad de “verdades” y los sentimientos acallan datos y estadísticas.
En la era de la posverdad no se exige a los políticos decir la verdad. Se asume que los datos son flexibles y que todo, absolutamente todo, es opinable y subjetivo. La ciencia y las religión estorban, porque afirman la existencia de verdades. El relativismo no es la excepción, sino la regla socialmente aceptada. Esto ilumina un peligro patente que ya Platón y Aristóteles anunciaban hace casi 2500 años: la corrupción del tejido democrático y la banalización absoluta de la política, que se convierte en tierra de cultivo para los demagogos, los tiranos y los manipuladores. La víctima principal será -como ha sido antes- la dignidad misma de la persona humana.
La tarea central de nuestra era cultural es ésta: devolver a la realidad su puesto en la conversación. Sin la verdad por faro, cualquier barco -por bien intencionado que sea- pronto naufragará en las rocas del sinsentido.