#Comunicación #Liderazgo
Francisco García Pimentel
@franciscogpr
Ya sea en una presentación para los clientes, un brindis en la oficina o en el informe anual de la empresa, cada vez que hablo ante un público me es difícil no pensar en mi primera –y horrible- experiencia:
Tenía catorce años cuando asistí a mi primer concurso de oratoria. En éste, docenas de adolescentes igual de nerviosos pasábamos uno a uno, tartamudeantes y hambrientos, frente a un panel de jueces que apenas levantaban la vista, y que no hacían sino apuntar en sus papelitos cada vez que cometíamos el más mínimo error.
Cuando fue mi turno, entré al escenario con paso firme; pose de torero, con absoluta tranquilidad y certeza. Estaba preparado. Era uno con el universo. Pero al ver al grupo de jueces; sentir las luces cegar mis ojos, percibir la sala poblada por otros concursantes y empezar a hablar… toda mi seguridad se esfumó en dos segundos. Carraspeé una vez. Carraspeé dos veces. Tres de los jueces apuntaron algo en sus hojitas…
Pánico. Me lancé a declamar de memoria el discurso que había escrito, ensayado y memorizado a la perfección (algo sobre la globalización) mientras trataba de recordar las carretadas de reglas que mi maestro me había enseñado. “Párate derecho. Mueve tus manos así. No muevas las piernas. Entona. Modula. Respira. Mantén los pies separados a la altura de los hombros, y las puntas separadas a unos 40 centímetros…”
Cuando por error moví uno de mis pies algunos centímetros (me pareció ver que un juez apuntó algo en su hojita) mi teatrito se vino abajo. Traté de recuperar la postura, pero no pude. Tartamudeé, repetí… y luego olvidé el resto del discurso. Apenas sé qué dije antes de salir arrastrando los pies y el orgullo. Estaba acabado.
He visto repetir este proceso no solo con cientos de alumnos de secundaria o prepa; sino también con estudiantes de licenciatura, maestría y hasta doctorado; con políticos y candidatos; con empresarios de todas las edades, con ejecutivos en ciernes. Cuando leo algunas estadísticas que afirman que hablar en público es uno de los miedos más prevalentes entre personas de todas las edades, les comprendo, porque recuerdo aquél fatídico día en que perdí toda mi seguridad, me sentí por completo vulnerable y humillado.
He pasado veinte años de mi vida ayudando a personas a vencer este miedo y a tomar el micrófono. Quienes buscan ayuda no suelen ser solamente políticos o comunicadores, sino sobre todo emprendedores o empleados que desean avanzar y crecer, o que tienen ya encima la obligación de hablar en una junta, un congreso o un evento. Son personas que no tienen tiempo para llevar un proceso largo, de años, sino que tienen que dar una presentación decente en una semana o dos. Lo primero, lo más importante, es ayudarles a desaprender las reglas que siempre han dado por sentadas.
Si tú te has visto en esta necesidad, o si se aproxima un evento en donde tendrás que hablar, he aquí las cinco reglas “de siempre” que necesitas echar por la borda.
1. Controla tu postura y tus gestos.
La regla de siempre: “Párate derechito; no camines para atrás, ni para los lados. Quédate quieto. No dobles las rodillas. Mantén las manos siempre arriba de la cintura, pero debajo de tus hombros. Que tus manos estén fuera de tus bolsillos; no juegues con tus dedos, ni con la pluma. Acompaña cada idea con un ademán, y haz que tus gestos acompañen tus palabras…”
Por qué debes olvidarla: Recuerda que la vida no es un concurso de oratoria, ni las personas jueces. En cambio, hablar en público es un proceso de comunicación normal, entre dos (o más) seres humanos normales, que reaccionan de manera normal a la comunicación normal.
Nadie habla en la vida real como se habla en los concursos. ¿Lo has notado? Ese tonito falso –de político-, esos ademanes robotizados, esa sonrisa falsa… son todos síntomas de alguien que está concentrado en no mover las manos. La respuesta del público es muy mala, pues los gestos forzados hablan de dos posibilidades: el orador está nervioso… o está mintiendo. Ambas son pésimas opciones.
En vez de eso: libera tu postura y tus gestos. ¿Sabes cuándo hablas muy bien? Literalmente todo el tiempo. Cuando hablas con tus amigos o con tu familia, tu rostro modula las emociones de forma natural. Estás triste, enojado, emocionado, deprimido… y tu voz, tu cuerpo y tu rostro lo saben mostrar muy bien. Si estás diciendo la verdad y te apasionas con lo que estás diciendo, miles de años de evolución harán lo que no hizo un curso de oratoria: transmitir a la perfección lo que debes decir.
Recuerda que: no es actuación… y no hay jueces bajándote puntos por mover el pie.
2. Mira un punto fijo al fondo de la sala.
La regla de siempre: “Haz que tu público se sienta atendido. Mira a todos lados del escenario, y fija la vista en la pared del fondo para que parezca que les estás viendo”.
Por qué debes olvidarla: Porque el objetivo de hablar en público no es “hablar como orador”, sino convencer, transmitir una idea o contar una historia. La comunicación requiere conexión, y la conexión humana se realiza a través de la voz, los ojos y el cuerpo.
Comunicar no es fingir, sino conectar. Si estás hablando con tu novia ¿miras la pared del fondo? Si estás hablando con tus hijos ¿miras a todos lados de la mesa, como un zombi? Entonces ¿por qué lo harías con tus socios, tus clientes o tu auditorio?
En vez de eso: atrévete a hacer contacto con tu audiencia. Mira a la gente a los ojos. Es así de sencillo. Convierte un monólogo en un diálogo. Si evitas la mirada, creerán que mientes; pero si les miras de frente, confiarán en ti más rápido y con mayor certeza. Acércate a ellos y háblales como hablas con aquellos en quienes confías. Si están de tu lado, si son de tu equipo, te acompañarán a donde los lleves. Además te permitirá “leer” mejor a tu audiencia y flexibilizar tu presentación en consecuencia.
Recuerda que: mirar a los ojos crea un vínculo humano. Este vínculo es esencial para poder convencer.
3. Usa tarjetitas para apoyar tu memoria.
La regla: “No leas tu discurso en una hoja. En vez de eso, escribe tus ideas en tarjetitas para ayudarte a recordar lo que tienes que decir.”
Por qué debes olvidarla: Esta regla la he escuchado cientos de veces, y la he intentado seguir unas cuantas. También he visto a otros intentarlo. Ni una sola vez ha logrado su cometido. El resultado es un expositor que aparece nervioso buscando desesperadamente en sus tarjetitas lo que sea que haya olvidado. Es una pesadilla.
En vez de eso: habla con conocimiento y pasión. Soy el primero que te dirá que no leas tu discurso de cabo a rabo, como si leyeras la primera lectura de la misa dominical. Es horrorosamente aburrido e impersonal. Pero las tarjetitas tampoco son mi opción preferida. En cambio, asegúrate de conocer tu tema a la perfección. Ensaya tantas veces como sea necesario, y transmite tu emoción a tu audiencia. Si necesitas un apoyo, elige UNA sola hoja con un esquema o UNA sola tarjeta con las ideas básicas. Pero no más.
Recuerda que: los ojos van siempre a la audiencia; nunca al papel.
4. Emplea argumentos para convencer.
La regla: “Los seres humanos aprendemos a través de razonamientos lógicos. Emplea números, estadísticas y argumentos para convencer a tu público”.
Por qué debes olvidarla: Quizás sea verdad que los humanos somos más inteligentes que una medusa o un cangrejo, pero la realidad es que la inmensa mayoría de nuestras decisiones se basan en movimientos emocionales. Comemos, vestimos, compramos y nos comprometemos con aquello que “nos gusta” o “nos mueve”, y no siempre a través de un proceso racional.
En vez de eso: utiliza la fuerza de las historias. Las historias atacan tanto al corazón como a la mente; son recordables, son divertidas e interesantes. Nuestro cerebro está hecho para contar y entender historias. Tienen otra ventaja: cada persona aprende de ellas lo que necesita en ese momento. Si has visto Toy Story a los 10 y luego a los 25 años, sabes de lo que hablo. Por eso a los niños se les enseña a través de fábulas. Sencillamente, no hay nada que las supere.
Recuerda que: hay puntos extra si las historias son reales y propias.
5. Larga vida al Power Point (o similares).
La regla: “Usa el Power Point o un programa similar para asombrar a tu audiencia; añade video, música, gráficos, efectos y citas durante tu plática. Parecerás todo un profesional”.
Por qué debes olvidarla: La comunicación es un acto entre seres humanos. Nadie nunca se ha casado o comprometido con un Power Point. La palabra escrita es genial y las fotos son muy buenas, pero nada supera el contacto humano real. Si lo que tienes que decir se explica mejor con un texto, por favor envíalo por correo y ahórrale a todo el mundo una hora de su vida. ¿Acaso tú disfrutabas esas clases en que el profesor no hacía más que leer de sus diapositivas llenas de texto? -Eso pensé.
En vez de eso: recupera el protagonismo en tu propio discurso No tengo nada en contra del material de apoyo per se, siempre que éste siga siendo eso: un apoyo. Como regla general: si la presentación es absolutamente necesaria para que expliques un tema, entonces no conoces bien el tema.
Una buena presentación tiene tres características: breve, simple e innecesaria. Si has de usar un software de diapositivas, usa poco texto y muchas imágenes; evita efectos que distraigan y procura que no se use más de una diapositiva por cada 5 minutos de presentación. Una conferencia de una hora, por tanto, no debería de tener más de 12 diapositivas.
Recuerda que: el material de apoyo es de apoyo.
6. Por ultimo…
La comunicación ha cambiado mucho en los últimos años. El público actual agradece la naturalidad y la humanidad sobre el exceso formalismo y los discursos actuados. Ve quitando poco a poco todas las capas que maquillan tu discurso y redescubre tu propia voz. Sobre todo, diviértete. Si tú te diviertes, la audiencia también lo hará. En el partido de la comunicación, quien conecta, gana.
@franciscogpr.