Necesitamos más jefes conectados, vulnerables e inspiradores.
Francisco García Pimentel
En más de un sentido, la cabeza de una organización establece el estilo de #Comunicación que se vive en una empresa. La comunicación crea cultura (para bien o para mal), y la manera en que un jefe se comunica con su equipo determina la potencia, lealtad y creatividad con la que resolverán los retos que han de enfrentar juntos.
La tarea del jefe -en palabras de Darlene Price, autora del libro ¡Bien Dicho! Presentaciones y Conversaciones que dan Resultados- consiste en poner a las personas correctas en los lugares correctos… y permitirles el éxito.
Entre el líder y su equipo existe una larga conversación. De fondo, no basta que el jefe indique un rumbo y dé órdenes (ambas cosas, necesarias), sino que, si quiere alcanzar el éxito en su empresa, ha de aprender a desarrollar una relación humana que favorezca el crecimiento de todos los involucrados.
Por eso se ha dicho, con perfecta razón, que los empleados no renuncian a las empresas, sino que renuncian a sus malos jefes. No siempre por mala intención, sino quizás por falta de conocimiento, muchos directores optan por una comunicación directa, agresiva y autoritaria, pensando que demuestran poder y control. Estos jefes pronto se encontrarán solos y en una empresa ineficaz. Hay una forma distinta de conectar. Por eso, utiliza estas frases cada día en tu empresa para generar una cultura de comunicación abierta y eficiente. ¡Toma nota!
“¿Cómo están tus hijos?”
Hay quienes creen que las relaciones profesionales deben mantenerse así: profesionales. Es un gran error.
Cada persona con que te cruzas en tu día a día tiene en sí un universo entero; complejas dimensiones, problemas y opiniones. Las personas no son máquinas o computadoras que podemos encender cuando las necesitamos… y apagar cuando salimos de la oficina. Un buen líder conoce a las personas con las que trabaja directa e indirectamente, y sabe hacer preguntas dirigidas (y prudentes) para conectar con las dimensiones del otro.
Una buena regla de oro es preguntarte ¿conoces de memoria el nombre el cónyuge y los hijos de tus colaboradores inmediatos? Acostúmbrate a preguntar ¿Cómo estás? ¿Cómo están tus hijos? ¿Cómo sigue tu papá? Y dedica unos minutos antes de empezar la sesión de trabajo.
Escuchamos a aquellos en quienes confiamos; y confiamos en aquellos que nos conocen y nos dejan conocerles. Estos minutos “perdidos” serán, más bien, una gran inversión.
“¿Qué opinas de esto?”
La comunicación en el trabajo es, como dijimos arriba, una larga conversación. Las conversaciones, claro, son bidireccionales. No basta que el jefe sepa siempre qué hacer, cómo hacerlo y dé órdenes que se han de acatar sin pestañear. Incluso en medio de la batalla, los buenos generales saben pedir consejo y opinión porque saben que todos podemos equivocarnos.
Antes de implantar una nueva directiva o iniciar un proyecto, llama a tu confidencia a los que puedan aportar algo o estén involucrados. Tras presentar tu idea, pregunta con absoluta franqueza “¿Qué opinan de esto?”. Si el entorno es seguro y de confianza, tus colaboradores podrán sumarse inmediatamente, aportar algunas mejoras o, incluso ¡decir que tu proyecto no les gusta! Lo último que quieres en una organización que quiera crecer o innovar es tener una serie de ovejas diciendo que sí a cualquier cosa que pongas en la mesa.
No solo tendrás mejores resultados, sino que generarás un banco de confianza y camaradería que sostendrá proyectos presentes y futuros. La confianza se paga con confianza y lealtad.
Y hablando de eso…
“¡Gracias por las malas noticias!”.
¿Conoces una organización grande e ineficiente? Entonces es casi seguro que a la cabeza encontrarás un jefe que no sabe recibir malas noticias.
Todas las organizaciones tienen días buenos y malos; trimestres buenos y malos; proyectos exitosos y fallidos. De hecho, ¡son las mejores compañías en el mundo las que tienen mayor –sí, MAYOR- porcentaje de proyectos fallidos! Innovar siempre implica un riesgo. Google intenta docenas de nuevos productos cada mes; y solo unos cuantos llegan a ver la luz. Dice Larry Page, fundador de Google “Fallar mucho es la vía más rápida hacia el éxito”.
Los jefes de cortas miras no quieren escuchar malas noticias, o reaccionan de forma violenta cuando alguien les dice que las cosas van mal. Como resultado, sus colaboradores optan por decir siempre que “todo va bien, perfecto, sin problemas…”, causando una falla de comunicación grave que puede terminar con la empresa.
Así que ¡no mates al mensajero! Las malas noticias pueden ser las mejores noticias, si se reciben a tiempo.
“Logramos esto gracias a Pepe”.
Hay que decir mucho “gracias”. Una de las quejas más constantes entre los colaboradores jóvenes es que no se sienten apreciados en el trabajo. Decir “gracias” es gratis, es rápido, es sencillo y es espectacularmente efectivo para lograr bienestar y lealtad.
Podemos ir un paso más adelante, porque existe una forma de multiplicar el poder del “gracias”; y esto es haciéndolo en público, frente a otros colegas o clientes. No solamente eleva la cuota relacional de la gratitud, sino que eleva el coeficiente de prestigio de la persona reconocida. Esto, a la larga, es más importante que el sueldo o los bonos trimestrales.
Así que en tu siguiente junta, asegúrate de felicitar a alguien en público. Es como una varita mágica.
“¡Qué buena idea! Dime más”.
Eres jefe. Eres director. Lo entiendo. Eres un tipo ocupado. Además, ya te gastaste tres tardes planeando cada proyecto del año. Por si fuera poco, vas tarde para una comida. Y en este momento viene Pepe a decirte que se le ha ocurrido esto o aquello. Hasta trae una carpeta en la mano. ¡Dios nos libre!
Hace tiempo que la “política” de puertas abiertas ha dejado de ser suficiente. Directores modernos como Richard Branson (fundador de Virgin Group) y Tony Hsieh (Fundador de Zappos) prefieren tomar la delantera y practican lo que algunos llaman “Managing by Wandering Around” (dirigir saliendo a pasear), que es exactamente aquello a lo que suena: abandonar sus oficinas (a diario) para caminar por la empresa, saludando a las personas, preguntando cómo están y permitiendo comentarios e ideas novedosas. No lo hacen para aterrar a sus empleados (¡Ahí viene el jefe, cuidado!), sino para abrir los oídos a problemas, soluciones y ocurrencias.
“Ya está decidido”, “Así lo hemos hecho siempre”, “No tengo tiempo ahora” son tres frases que destruirán la innovación y la creatividad en poco tiempo. Cuando venga Pepe con su idea y su carpeta, escúchalo y anímalo a intentarlo. Si no tienes tiempo, entonces cítalo pronto y dedícale el tiempo que sea necesario; no como una distracción, sino como una posible veta de negocio y crecimiento.
Y de pasada, fortalece la relación, la satisfacción y la lealtad en José. Abre tu puerta, sal a caminar, diviértete y prepárate para escuchar de todo.
“Vamos a resolverlo juntos ¿Ideas?”.
A veces las cosas salen mal. Muchos líderes miopes dedicarán horas y días y años a encontrar culpables; pero esto suele resultar una pérdida de tiempo gigantesca, sobre todo en medio del problema. Cuando un problema o una crisis irrumpe, no se buscan culpables: se buscan soluciones y responsables.
Si a media noche despiertas en tu casa y percibes un fuerte olor a humo (¡se incendia!) no te pondrás a investigar quién fue, o de quién fue la culpa. Has de tomar acción inmediata y ordenar a quienes puedan ayudar: no que saque a los niños; otro que apague la fuente; otro que llame a emergencias. Salir del problema en equipo, como equipo, de forma proactiva y estratégica. Ya habrá tiempo para buscar al culpable.
Es la señal inequívoca de un jefe mediocre el buscar culpables ante un problema, porque es una forma instintiva (y cobarde) de cubrirse las espaldas con un chivo expiatorio.
Preguntar por ideas ante un problema no te hace menos sabio o poderoso. Por el contrario, mostrar vulnerabilidad y disposición fortalecerá tu autoridad moral entre tus colaboradores, sentando bases para una relación duradera.
“Nos equivocamos. ¿Cómo lo corregimos?”
Por supuesto, todos nos equivocamos de vez en cuando, y nos hace muy bien contar con una persona que pueda corregirnos. Esta tarea suele caer en las espaldas del jefe; que hará tan mal al evitarlo como al regañar con demasiada severidad.
Aprender a corregir con amabilidad es una de las cosas más difíciles; y también una de las que crean mayor unidad en el equipo. Si un colaborador tuyo ha cometido un error, hazle saber que lo has notado, y busca pronto una solución; sin emplear el miedo o la amenaza sino, por el contrario, apalancado en la confianza y la certeza.
Una vez corregido, no se volverá a tocar el tema ni lo traerás a colación cuando te sea conveniente. Recuerda que no es –nunca es- “tú vs tus empleados”, sino “tú y tus empleados”, tal cual se tratara de una familia, permitiendo la salida o el despido solamente como último recurso, cuando se han agotado todos los demás.
“No sé”.
Las dos palabras más difíciles de pronunciar en el idioma español no son “te amo”, “lo lamento” o “por favor”, sino la kriptonita de muchos líderes: “no sé”.
Como líder, tienes una presión constante por mantener la apariencia de autoridad técnica: que todo el mundo sepa que sabes qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Después de todo, por eso eres el jefe ¿o no?
En su libro “The Culture Code”, Daniel Coyle afirma que los tres elementos fundamentales para lograr una buena cultura en la empresa son Seguridad, Propósito y Vulnerabilidad. Las personas no siguen a “jefes perfectos” sino a “jefes humanos”, con fallas y errores, iguales que ellos.
Si no sabes di, simplemente “no sé, pero prometo investigar”, y si sientes que falta más, sigue buscando cursos y espacios en donde puedas aprender una de las quinientas mil cosas que no sabes. No es necesario que blofees hasta que te sangren las orejas: pregunta, investiga y admite tus límites. Después, rómpelos.
“Esta junta termina a las 12:30”.
Los jefes mediocres causan un aura de incomodidad a su alrededor porque no respetan el tiempo de sus subordinados. Pueden llamar a quien sea, en cualquier momento, y pedir lo que sea, porque son “el jefe” y todo el mundo debe acudir a sus caprichos.
Las juntas de trabajo pueden ser una tortura si el jefe no les pone hora de entrada, de salida y puntos a definir. Todo el mundo vive en incertidumbre permanente: “¿Terminaré mis pendientes? ¿Podré entregar al cliente? ¿Iré a comer a mi casa? ¿Podré recoger a mis hijos? ¡No lo sé! Porque mi jefe es absolutamente miope”.
La persistencia de la autoridad formal sobre la autoridad moral es un vicio organizacional grave que debe extirparse. Si una excepción o crisis exige que se alargue una junta, díselos con franqueza, agradece y reconoce ¡Respeta el tiempo de tus colaboradores! No trabajan para ti, sino para tu empresa, por un propósito común. Tienen su propia vida, sus propios pendientes, y sus propios sueños. Y los van a lograr dentro de tu empresa… o fuera de ella.
“Queremos lograr… algo imposible”.
La tarea principal de un líder no es el control de sus empleados. Sus tareas principales son tres: comunicar un propósito, ejercer la virtud de la prudencia y formar un equipo que sea más que la suma de sus partes.
Un líder recuerda constantemente a su equipo el “porqué” de la organización: su visión que siempre consiste en un sueño imposible, y que los mantenga siempre hambrientos y motivados.
Este es uno de los secretos de la comunicación: las personas buscan información, pero siempre están hambrientas de inspiración. Comunicar el propósito (y recordarlo tantas veces como sea necesario) es la labor más trascendente de un líder, porque unifica y ordena todos los esfuerzos del equipo, hacer crecer a las personas y las introduce al sentido. Las personas entran a trabajar a una empresa por el dinero… pero se quedan por el propósito.
Así que no solo lo tengas enmarcado en recepción: vocalízalo, compártelo, grítalo… y sobre todo, vívelo. En eso se distingue un líder grande de un jefe pequeño.