Mi primer libro a los 14

 


Muchas veces me preguntan sobre cuál fue mi primer libro. Habitualmente respondo “El Delegado Francés”, pues fue este el primero que publiqué, y el que hasta ahora sigue siendo uno de mis favoritos (y de mis lectores). Estoy infinitamente agradecido por la historia del Delegado Francés.

 Pero, realmente, ese no fue el primero. 

Es importante decirlo, porque podría parecer una historia de magia: este tipo escribe su primer libro y ¡PUM! se convierte en bestseller. Como casi todas las historias reales, hay tras de la punta del iceberg otras historias de logros y de caídas. Sobre todo, de mucho aprendizaje.

 Mi primer libro fue uno que escribí cuando tenía 14 años. Se llamaba “Mi Mesa Redonda”, y era una colección de cuentos y relatos cortos que fueron escritos sobre la mesa redonda que tenía en mi cuarto. Este libro tiene su propia historia… y es una que siempre me gusta recordar, porque habla de la importancia de las palabras. 

Como inició. 

Escribo desde que tengo uso de razón. A pesar de que siempre he tenido mala letra, aún conservo docenas de cuadernos viejos en los que, desde los 7 u 8 años, me daba por escribir historias y cuentos; muchos poemas bastante malos; ideas y comentarios. Casi siempre, aderezados con bocetos y dibujos de muy mala calidad (aunque me gusta dibujar, nunca ha sido mi fuerte. El pintor de la casa es mi hermano Guillermo).

Me gustaba escribir, pero nunca pensé que fuera (o que eventualmente sería) un escritor. Era solo un hobbie, algo con lo que pasaba el tiempo y procesaba mis emociones y mis crisis, propias de cualquier adolescente.

 La primera vez que pensé en mí como “escritor” fue cuando, a los 14 años, mi profesor de la materia de español, Fausto Mercado, me animó a intentarlo tras leer un ensayo que hicimos en la escuela. “Escribes bien -me dijo- ¿por qué no hacemos algo más? Tú puedes ser escritor”. “Tú puedes ser escritor”. 

Esas palabras fueron todo.

 Por supuesto, me puse a trabajar. Cuando reuní unas 15 o 20 historias, las llevamos con otro de los profesores: Ricardo Sigala, hoy una de las plumas más reconocidas de Jalisco, quien las leyó y exclamó: “esto se puede publicar. Lo voy a llevar con unos amigos que tienen una editorial”.

 Yo no lo podía creer. 

El libro que no fue. 

Lo que siguió fue un viaje por las entrañas de un mundo editorial complejo: antes de Amazon, de Kindle, de la impresión digital; para publicar tenías que pasar forzosamente por una editorial. Mi libro fue diseccionado, corregido, editado, diseñado y exprimido en un proceso que llevó meses. 

Tras más de medio año de esperar, y cuando parecía ya estar todo listo… la editorial me informó que estaban en quiebra y que ya no podrían publicar más libros. Probablemente fue una mentira piadosa; no lo sé. Pero mi corazón se hizo pequeño: metí ese libro en un cajón y nunca más lo saqué. 

Lamentablemente ese manuscrito se ha perdido por completo. En alguna de las mudanzas, en alguna de las computadoras viejas… desapareció y, aunque lo he tratado de buscar, no me ha sido posible encontrarlo. Nunca nadie podrá leer aquella que fue… mi primera obra. 

Pasarían más de 15 años para que volviera a publicar. Pero nunca, nunca olvidaré las palabras de Fausto, ni de Ricardo. Aún hoy, me llenan de orgullo y siguen impulsando mi búsqueda de nuevas formas de poner palabras en el papel. 

¡Gracias, maestros!